Apareció en Babanagar durante el retiro de marzo de 2018. Viejita y perdida, —tal vez la habían abandonado o escapado de donde vivía, y donde había sido usada como máquina de reproducción— llegó hambrienta, flaca, desnutrida y con las orejas peladas. Quizás por la vibración de Amor de Babanagar, decidió adoptarnos, pero particularmente adoptó a Luz Marina —la directora del Centro— con quien tenía una relación karmática. La llamamos Jelly (gelatina, en Inglés) porque en esos días temblaba mucho de miedo, hambre y frío. Sin hablar ni hacer grandes discursos —como varios hacen cuando quieren aprovecharse de nosotros— supo conquistarnos con su amor desinteresado y puro, y así se quedó en nuestra pequeña comunidad.
Hace unos días, a medianoche, después de tener dificultades de respiración, se murió entre los brazos de su amiga del alma. Sola —no quiso llamar a nadie— y mirando el cuerpo inmóvil de su pequeña amiga, Luz Marina lloró hasta el amanecer. Cuando su día activo empezó, se recompuso y, como aceptando la causalidad del destino, nos informó de lo sucedido. Porque es una mujer fuerte, y tal vez porque pensaba que no parecía ‘normal’ llorar tanto ‘solo’ por una perrita, decidió ocultar su dolor.
¿Solo una perrita? En realidad, entre más se ama Su creación, menos se nota la diferencia entre todos los seres vivos. Para un espiritualista, particularmente si no causa sufrimiento directo o indirecto no comiendo animales, todos los seres vivos tienen un valor existencial que debe ser respetado. Así, porque Luz Marina es vegetariana, y tiene amor y compasión por todos los seres, además de ser humana, necesita procesar su duelo. Tratando de que nadie se enterara (pero yo la conozco), en la noche cuando podía estar sola y no debía ‘mostrarse’ fuerte, se abandonaba a su tristeza.
¿Es normal sufrir por la muerte de alguien que se ama? Lo es, así como lo es desesperarse y sollozar desconsolados. Como humanos no queremos aceptar el hecho de que ese ser que amamos ya no estará nunca más y, aunque ese sentimiento de alguna manera es egoísta, sin duda es dolor. Ya Luz Marina — y todos nosotros— no podrá reírse por las chistosas expresiones de Jelly, ni tendrá el gusto de arroparla durante el día como a una bebé bajo su cobija porque era friolenta, o de prepararle una comida especial, o de verla esperar durante nuestro desayuno o almuerzo a que le diéramos de nuestra comida, y se no verá más su desesperación cuando la dejaba en la finca porque debía salir, ni su alegría, saltos y ladridos felices que no paraban hasta que no recibía el abrazo de regreso.
Y eso me lleva a pensar que felicidad y dolor parecen equilibrarse. Entre más se goza del amor de alguien, más se sufre al perderlo.
Y entonces, para protegernos de un futuro y posible sufrimiento, ¿no deberíamos amar?
Algunos por el miedo a ese sufrimiento deciden que sí, y se cierran al amor y en ellos mismos, bloqueando cualquier posible expresión afectiva o emocional. Piensan que si no aman, y no se entregan a ese amor no sufrirán ningún dolor por su falta o la decepción que otro ser humano (también imperfecto) pueda darles. Pero los años vuelan, y después de las muchas relaciones-vacías-y-sin-amor de la juventud, pronto llegan a los 40 o 50 años y, sin casi darse cuenta, se vuelven áridos desiertos, y envejecen amargados y solos.
¿Qué hay más lindo que el Amor? Claro está, el amor humano es imperfecto, pero es una pequeña réplica del Amor Divino. De alguna manera, es un minúsculo entrenamiento para aprender a Amar al Supremo.
Perder a seres queridos es el eterno drama de los mortales, un drama que ha existido y que continuará existiendo hasta que haya humanidad. Como seres gregarios, nos encanta la buena compañía, el compartir con alegría, pero es el Amor —porque es la Esencia del Supremo que nos forma— lo que más caracteriza nuestra hermandad y humanidad.
Pero, si amar es nuestra Esencia, ¿Cómo amar sin sufrir?
Para un ser humano normal, aunque haya ya empezado El Camino, amar sin sufrir le parecerá una tarea imposible de lograr. El amor con desapego se logra solo con la expansión de la mente que permite romper el pequeño radio del ego individual, y hace entender que todo es parte del UNO. Solo así, entendiendo quien eres, y la profundidad y valor de tu Ser, consideras a ese ser amado como una (más) hermosa expresión del Supremo que se unió a ti para compartir un trazo de El Camino.
Los Maestros dicen que solo en el total desapego hay la cesación de sufrimiento y miedo. Al mismo tiempo, es importante entender que, tal como en un amanecer, y siempre porque humanos somos, hay muchas tonalidades de desapego. No todos sabemos amar o desapegarnos de la misma manera.
Aunque no he sufrido como Luz Marina, quiero confesarles que todavía no he logrado ese total desapego que me haga insensible al sufrimiento. Más que el mío, el sufrimiento ajeno todavía me hace llorar. Cuando me informaron de la muerte de Jelly —en ese momento estaba en un aeropuerto, de regreso— lloré porque sabía lo que estaba pasando en la casa, y además porque me dio mucha tristeza el no poder disfrutar más de la presencia de esa chiquita. Y esas lágrimas de viejo monje —y de humano que como ‘hombre’ nunca debería llorar— me sirvieron para procesar ese amor/apego que tenía por ella.
A mi llegada, con ojos aguados, enterramos a Jelly muy cerca de la casa, donde ya sembramos un hermoso árbol de Trompetas de ángel que nos alegrará con su perfume, tal como Jelly nos alegró con su Amor a todos aquellos que tuvimos el privilegio de compartir con ella un pequeño rato de su inocente y tal vez sufrida existencia.
Jelly, entre muchos seres que amamos, fue una dulce compañerita en el largo camino hacia el Hogar, donde TODOS —sin diferencia entre cosas, plantas, animales o humanos— regresaremos otra vez al UNO.
Acerca del autor: Dada Japamantra
Motivador, profesor de meditación, líder humanitario, mentor y consejero espiritual. Centro mis actividades y existencia en el lema “Auto-realización y Servicio a la Humanidad.” Como monje y misionero, me dedico solamente a la misión de ayudar a las personas a desarrollar su Infinito potencial interior y a contribuir al bienestar universal.
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