Cuenta la leyenda que al nacer Cupido —dios del deseo amoroso— (hijo de Venus, diosa del amor, y de Marte, dios de la guerra), fue ocultado por su madre de la vista de Júpiter —dios de los dioses— debido a que este quería matarlo porque sabía que ese chico crearía mucho sufrimiento y estragos.
Hermoso como su madre y valiente como su padre, Cupido era necio, pícaro, travieso y no se dejaba guiar por la razón; además de ello, desde niño dejó de crecer y de madurar.
Nació con alas —que sugieren que el amor es efímero—y lleva los ojos vendados como recordatorio de que el amor es ciego, y que no se guía por las cualidades, méritos y deméritos del amado, sino que se mueve de una manera irracional y a veces absurda.
Como dios del deseo amoroso, su principal trabajo es asistir a su madre, quien le dice hacia dónde lanzar sus flechas. Pero, como Cupido es un chico pícaro, no siempre la escucha, y así, tal como ella, escoge a quién mandar amor, sin importar la edad, la raza, la clase social, el lugar, el tiempo o la persona; además, madre e hijo actúan cuando alguien menos se lo espera y lo empujan a amar a quien nunca pensó que podría amar. Por eso, a veces llegan a ser crueles con sus víctimas y, peor aún, no tienen ningún escrúpulo ni se arrepienten por el sufrimiento que puedan causar.
Debido a que su padre está en el negocio de la guerra, Cupido ama cazar con el arco que su madre le regaló de niño, este arco tiene un enorme poder sobre el corazón de aquellos que reciben su flechazo.
Las flechas son especiales y son de dos tipos. Unas tienen la punta de oro con plumas de paloma y las otras tienen la punta de plomo con plumas de búho. Las primeras sirven para conceder e infundir amor —el famoso flechazo de Cupido— y las otras para quitarlo y sembrar olvido e ingratitud.
Así que, una persona que recibe el flechazo siente un deseo ciego, instantáneo e incontrolable por el amado, pero, cuando Cupido, tal vez en su necedad se cansa de ese juego, le lanza una flecha con punta de plomo, persona se llena de aversión, indiferencia y deseo de alejarse de quien hasta ese momento era su amado o amada.
Pero, la picardía de Cupido no está solo en lanzar flechas, sino en qué tipo de flechas lanza y cuándo las lanza. Si ambas partes reciben las flechas con punta de oro, su amor se vuelve hermoso y especial; el problema nace cuando uno recibe el flechazo de oro y el otro el de plomo. O peor aún, cuando Cupido decide divertirse y, después de haber mandado dos flechazos de oro, manda luego un flechazo de plomo a quien tú amas. Esto te rompe el corazón que, por más valiente tú seas, te causa sufrimientos indecibles. Así que, aunque doloroso, los amantes prefieren recibir flechas con punta de plomo —las cuales los alejarán para siempre uno del otro—, que sufrir por la falta súbita de amor.
Un día —habré tenido 14 años—, por primera vez, Cupido decidió lanzarme una flecha con la punta de oro, y me enamoré perdidamente de una chica de 12 años. ¡Ay qué euforia, dicha y felicidad! Parecía que el mundo, lleno de colores hermosos, danzaba alrededor de mi amada… pero ella ni se percató de todo eso, y menos de mi amor, porque Cupido, sin yo saberlo, le lanzó una flecha de plomo.
En ese entonces, conocí por primera vez el apego y se me rompió el corazón, pero después de haber derramado amargas lágrimas, debido a mi naturaleza guerrera, nació en mí una indignación explosiva. Con la inocencia y sentido de justicia de un adolescente idealista, decidí castigar duramente a Cupido. Dando vía libre a mi fantasía, creé un superhéroe —esta vez, el dios del amor correspondido— el cual vengaría a las víctimas de las flechas de plomo de Cupido, y así arreglar los estragos que ese niño necio hizo. Esta vez, mi dios del amor era un chico alto, hermoso, benevolente, y siempre alerta para castigar a aquellos amantes que desdeñaban y no correspondían el amor de los otros.
Los años pasaron y mi vida continuó. Conocí la pasión y lo que significaba tener una pareja, pero nunca olvidé la inocencia y la pureza de ese primer amor. Y, como siempre pasa y porque cualquier obstáculo, problema o sufrimiento, es una bendición disfrazada, esa primera desilusión me empujó a estudiar más sobre el amor humano y el desapego.
Me pregunté: ¿Por qué dejarse llevar por un amor dominado por la pasión, el sufrimiento y la pena? ¿por qué, cegado por la pasión, quiero perder el control de mi inteligencia y dejarme dominar por instintos, sentimientos y emociones?, ¿qué debo hacer?, ¿cómo puedo encontrar armonía y felicidad en el amor humano?
Unos años más pasaron, y entendí que la pasión, por su fuerza e ímpetu, debe existir porque sirve para mantener vivo el fuego del verdadero amor, pero entendí también que debe ser guiada por el discernimiento, la inteligencia y el sentido común. De lo contrario, ¿se puede llamar amor a un sentimiento ciego que no da respeto, admiración y entrega por el amado o la amada?
Además, observando los sufrimientos por el amor equivocado que casi todos los humanos padecemos, me pregunté: ¿Será que el Padre Supremo no habrá inventado algo mejor, algo más profundo que la atracción ciega, la pasión, la rivalidad, y las constantes peleas del amor entre amantes? Incontaminado por sentimientos de apego, envidia, celos y miedo, ¿no habrá un Amor Divino, libre, incondicional y dichoso?
Fue entonces, desde esa pregunta, cuando empecé a buscar El Camino…
Acerca del autor: Dada Japamantra
Motivador, profesor de meditación, líder humanitario, mentor y consejero espiritual. Centro mis actividades y existencia en el lema “Auto-realización y Servicio a la Humanidad.” Como monje y misionero, me dedico solamente a la misión de ayudar a las personas a desarrollar su Infinito potencial interior y a contribuir al bienestar universal.
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