Hoy un loro, temprano en la mañana, parado en la parte más alta del edificio en frente a mi ventana, se puso a gritar su felicidad. Cada movimiento de cuello y alas emanaba una energía, unas ganas de vivir y una libertad que me hechizó hasta que se voló para ir a regalar su felicidad a otros.
Mirándolo, casi con una envidia, pensé:
‘¿Por qué no puedo yo sentirme cómo él?’
‘¿Quién me impide ser tan libre y feliz?’
Y así -también por sentirme mejor- me puse a buscar unas diferencias entre nosotros.
Él es libre, nadie lo ata, ni tiene responsabilidades. No debe mantener una casa, comprar ropa, nevera, lavadora, comida, y muchas más cosas que yo uso y que considero necesarias.
Él se mueve con velocidad y sin necesitar ningún vehículo. Yo estoy sujeto a los trancones y a las limitaciones de la ciudad. Además, para hacerlo, debo tener un carro, ponerle gasolina, pagar impuestos y debo obedecer a los semáforos. Cuando estoy en la calle arriesgo de ser robado por chicos en motos, o debo luchar para que no me limpien los vidrios.
Él vive en el presente, no piensa a futuro o pasado, no hace planes, ni se pone a recriminar por lo que pasó ni cómo pasó. Yo navego constantemente entre pasado y futuro y tengo mucha dificultad en vivir en el ahora.
Él no trabaja ni vive en la inseguridad de poder perder su empleo o salario seguro. Yo debo trabajar hasta los 65-70 años y, por la crisis económica, no sé si mañana tendré empleo, ni estoy seguro de si un día los políticos se comerán la pensión que estoy acumulando. Además me debo aguantar a mi jefe regañón y a la secretaria que se parece la dueña de la empresa porque se acuesta con el patrón.
Él es libre todas las tardes y cuando se junta con sus amigos se la goza como loco. Yo -porque tengo sueños bonitos- sacrifico mis horas libres trabajando con un sistema de multinivel y -porque llamo a todos mis amigos, parientes y contactos para venderles mis productos y ponerlos en el negocio- ya todos me evitan, y no responden a mis llamadas como antes.
Él no debe mantener a nadie, y después de criar un poco a sus hijos y enseñarles a volar, es otra vez libre. Yo, además de educarlos, debo llevarlos al colegio, a natación, o a aprender a tocar un instrumento musical. Ni hablar de que me debo aguantar su adolescencia, y consecuente tempestad hormonal o de que debo gastar mis ahorros cuando se casan.
Él, si tiene nieto, ni lo llega a conocer. Yo tengo mis compromisos como abuelo, y cuando me jubilo y estoy listo a descansar voy a tener que criar a mis nietos que mis hijos me llevan porque deben trabajar. ¿Y cómo les digo que no? Y así, cosa que nunca he hecho ni con mis hijos, debo aprender a darles de comer o a cambiarles los pañales…
Cuando él se busca una pareja no se estresa mucho, ni debe sufrir del enamoramiento. Coquetea a su hembra haciendo una danza de conquista…¡y eso es todo! Y yo, ni hablar de la locura y la embobada de mi enamoramiento, ni de los gastos para llevarla a comer afuera o comprarle regalos, ni de los tantos sentimientos adicionales que me complican la vida. Además me fijo en cómo tiene el rostro y las nalgas, si su papá tiene plata, o si es de otra religión.
Su relación de pareja es simple y raramente hay peleas; se sabe quién cría a los hijos o quién lleva una comida. Y yo todavía peleo por quién debe hacer las tareas de la casa, seguir la educación de los hijos, o quién cocina. Además todos los años debo discutir porque mi pareja quiere ir a pasar las vacaciones con su mamá.
El loro no usa celular ni a través de él viene rastreado por su mujer. Mi mujer me coge el celular cuando duermo o me ducho para ver con quién hablo o chateo. Aprendí a bloquearlo pero un día, cuando estaba dormido en el sofá, me tomó el dedo y me lo desbloqueó. ¡Ese fue un problema! Ahora, antes de llegar a la casa, cambio la huella del dedo de la mano con la huella el dedo gordo del pie derecho. Pero eso me da una pereza porque uso calcetines…
Él no debe seguir la moda, ni se queja por cambiar su aspecto o arreglarse el pico. Si es macho no debe afeitarse todos los días y si es hembra no debe pintarse uñas y pelo, ni ponerse crema o maquillarse porque sabe que, aún sin hacerlo, gusta a su macho. Cuando se mira al espejo se goza la experiencia y se pone feliz. ¿Y yo? Ni hablar. Todo el tiempo estoy muy cuidadoso de mi aspecto, me afeito cada pelo de mi cuerpo y soy muy orgulloso de ser un metro sexual. Cada temporada, cuando cambia la moda debo seguirla lo más posible, sino arriesgo de perder el respeto de mis amigos de Facebook – no conozco a todos ellos personalmente- a quienes muestro mis fotos.
Él no tiene cuenta en el banco ni debe endeudarse para comprar lo que necesita o lo que desea. Y yo a veces debo acudir el banco donde debo hacer largas filas en las quincenas. Además llevo allá lo poco que tengo y a menudo lo retiro, sin que todavía haya podido entender todo eso de llevar y retirar?
Cuando él tiene ganas de comer lo hace sin la necesidad de deber pagar porque su comida está con facilidad a su alcance. Para mí, el ir a mercar es como ir a una transfusión de sangre porque se chupa una buena parte de mi salario. Y ni hablar de salir a comer afuera -cosa que gusta mucho a mi señora- y que, además de la sangre, me cuesta un ojo.
Cuando él tiene ganas de tener sexo, sin ser un exhibicionista, lo puede hacer sin esconderse, ni siquiera debe perder tiempo en quitarse la ropa. Además a él no le da miedo el SIDA u otras enfermedades que me mantienen asustado…y fiel. Y yo, ya casado desde hace muchos años, para inspirar a mi señora debo ponerle música, prender incienso, y crear una atmósfera. ¡Qué pereza!
Él no tiene vecinos ruidosos, porque parece que el ruidoso es él y de todas maneras, si los tiene y no le gustan, simplemente se vuela a otro lugar. Y yo debo lidiar con mis vecinos que no me aguanto más. La señora del frente desde su ventana espía todos mis movimientos y el del lado, aún después de treinta años que me quejo, pone su basura como a veinte centímetros adentro de mi lindero.
Él no debe someterse a la ley del Karma y no acumula reacciones buenas o malas; simplemente vive guiado por la ley de la naturaleza. Yo, cuando hago algo en contra de esa ley debo pagar por lo que cosecho, aunque quiera o no.
Él vive siguiendo sus instintos y su vida es fácil. Yo debo ser ‘educado’ y no puedo hacerlo. Cuando me emborracho -y ya puedo ser lo que soy- no puedo ni manejar y si lo hago me llaman loco y me arrestan.
Mejor dicho, ¿acaso me equivoqué de encarnación?
Pues ¡NO!
Tal vez en un pasado muy lejano gocé como él hoy, pero ahora soy un humano. Al contrario de él, tengo intelecto e intuición que me hacen pensar, discriminar, servir, amar, sentir el Grande, transcender, realizar el divino que hay en mí, y llegar a la Felicidad Suprema. Y aunque sujeto a la Ley del Karma, puedo ir más allá de ella.
Y miro otra vez al loro, esta vez feliz de verlo gozoso de su existencia que en este momento le sonríe.
¿Qué puedo yo aprender de él?
- Ser libre eliminando de mi mente todos los dogmas y las creencias tóxicas que me llenan de miedo y retardan mi progreso.
- Todo es impermanente. Vivir sin apego a las cosas que tengo, sin comprar cosas inútiles que no necesito o con la obsesión y el afán de acumular constantemente.
- Vivir en el presente. Nadie me impide ser consciente de mis acciones y pensamientos. Además -dando a mi presente una ideación cósmica- sentirme, en cada momento, parte del UNO.
- Transformar mi trabajo en mi pasión y así ser siempre libre de gozar cada instante.
- Amar y ver crecer a mis hijos pero sin apegos, sabiendo que un día volarán lejos de mí.
- Buscar pareja sin mirar solamente a la cáscara externa, sino apreciar lo que tiene en su Alma.
- No fijarme en pequeñeces ni considerarme superior sino ver a mi pareja como la otra ala de nuestra relación para que así, juntos podamos volar hacia la felicidad.
- Aceptarme como soy, sin necesidad de seguir la moda, ni de cambiar color o aspecto para complacer a los demás. Mi opinión sobre mí mismo es la más importante.
- Liberarme de la esclavitud de los bancos y lograr una independencia económica. Con honestidad, contentarme con lo que tengo, y tener lo justo para crecer bien.
- Ya que los conozco tan bien, acercarme a mis vecinos y ser amable con ellos.
- No ser envidioso de lo que tienen los demás, y ser feliz de verlos felices.
…Pensándolo bien, me quedo con lo mío.
Acerca del autor: Dada Japamantra
Motivador, profesor de meditación, líder humanitario, mentor y consejero espiritual. Centro mis actividades y existencia en el lema “Auto-realización y Servicio a la Humanidad.” Como monje y misionero, me dedico solamente a la misión de ayudar a las personas a desarrollar su Infinito potencial interior y a contribuir al bienestar universal.
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