Recuerdo muy bien la mañana del pasado 31 de diciembre. Con esperanza, y con toda mi familia todavía dormida, me levanté antes del amanecer, me bañé y me senté en la sala con un cuaderno y un lapicero. Mi perro se despertó sorprendido, miró a la ventana, y continuó durmiendo. ¡Qué buena vida!
Hace un tiempo había decidido que el año nuevo iba a ser una excelente oportunidad para hacer cambios importantes en mi vida. Aunque todo ‘parecía’ ir de maravilla, en mi interior sabía que no estaba bien, ni estaba feliz. Sabía que necesitaba cambiar mi estilo de vida porque hacía muchas cosas que no debía hacer, y no hacía cosas que sabía que tenía que hacer.
Mi cuerpo no estaba tan saludable como me habría gustado que estuviera, me estaba engordando, hacía muy poco ejercicio y desperdiciaba mucho de mi tiempo en cosas inútiles o pequeñas. Casi todos los viernes salía con algunos amigos, tomaba trago y trasnochaba. Mejor dicho, no cuidaba mi cuerpo como habría debido y como sé que se lo habría merecido.
Tal vez fue por esa insatisfacción, o por el deseo de ‘algo más’ en mi vida, o porque simplemente estaba listo, que encontré a un monje vestido de naranja quien me dio esperanza y me dijo:
‘El Infinito está YA en ti… ¡descúbrelo!’
Y así ese 31 de diciembre, imaginé mi vida ideal, escribí todas mis metas y sueños, y me vi feliz después de haberlas cumplido. Entre las más importantes, estaba la decisión de que ya no iba a tomar, ni fumar, ni comer carne. Que iba a meditar dos veces al día y que iba a hacer los ejercicios de yoga (Asanas) tres veces por semana. Que ya tampoco iba a perder tiempo en cosas pequeñas, que iba a estudiar inglés, y que me iba a preparar para empezar mi propia empresa. Eso habría significado más sacrificio pero también la posibilidad de tener más dinero que me habría permitido mandar a mis hijos a estudiar en las mejores universidades en el exterior… y viajar más con mi mujer.
Esas metas me llenaron de energía y de esperanza por un futuro lindo, próspero y feliz para mí y para mi familia, y me alegraron el día.
La mañana, junto a mis hijos, pareja y perro, continuó en una manera tranquila y bonita. En la noche llegaron a mi casa mis papás, y mis hermanos con sus parejas e hijos, y juntos celebramos la llegada del año nuevo que, como siempre, apareció alegre y ruidoso.
Esa noche tomé trago, comí mucho, reí, y bailé con mi mujer como en los viejos tiempos. Por un momento, pero sólo por un momento, al acercar el trago a mi boca, pensé en que esa misma mañana había decidido no hacerlo. Miré a mi alrededor, y vi que todos los demás, sin pensamientos ni remordimientos, estaban tomando tranquilos. Esa era una noche especial, era una noche de celebración del año nuevo, y más que todo, era la noche de mi cambio, de mi transformación desde la imperfección a la perfección. ¿Por qué ponerme tan rígido en una noche importante como esa? Además, habría sido un ‘desliz’ de UNA SOLA vez…
Porque me acosté a las 3 de la mañana, tampoco me pude levantar a las 5 A.M. (como había decidido) y, porque ya era tarde y el desayuno estaba listo, tampoco medité (otra decisión que había tomado).
Para el almuerzo del primero, con mujer e hijos nos fuimos donde la suegra quien, por ser su yerno favorito, me había preparado mi comida estrella. ¿Con qué coraje yo le iba a decir a esa pobre mujer, que había trabajado tanto, que este año había decidido no comer carne? ¡Comí de todo y la hice feliz!
El día después, con dos familias de amigos compadres, llevé a mi familia de vacaciones a la costa. Nos hospedamos en un hotel lindo y agradable, un hotel con un señor buffet. ¡Ay hermano qué buffet! Enorme, y con todo que se veía y olía delicioso, particularmente con mucho pescado, que siempre ha sido una de mis debilidades.
Cuando me fui a servir, por un momento me quedé inmóvil en frente de todo ese manjar. Días antes había decidido no comer carne de ningún tipo y ahora estaba en frente de toda esa gracia de Dios. ¿Cómo despreciarlo? Además, ya toda esa comida estaba pagada, ¿Qué hacer? ¿Seguir mis propósitos o dejarme llevar?
Mi mujer desde lejos entendió mi drama y me llegó silenciosa desde atrás. Poniéndome una mano en el brazo, y con una dulzura que me hizo erizar, me dijo: ‘Relájate, estás de vacaciones. El año pasado trabajaste duro, y te lo mereces. Empieza con tu dieta cuando regresemos a casa’.
¡Ay qué mujer la que tengo! ¡Ay cómo me entiende!
Aliviado y con menos complejo de culpa —pero ya seguro de que al regresar a casa me volvería vegetariano— la escuché y comí pescado hasta el cansancio. Su aprobación —y mi excusa— desataron libres otros ‘caballos’ que querían salirse y que en alguna manera había controlado un poco: cerveza, cigarrillo y trasnochada… Ah, y tampoco medité…
Hombre, ¡estaba de vacaciones! Me lo merecía.
Ayer martes 9 de enero, ya de regreso a casa, no medité porque no me levanté a tiempo.
Llegando al trabajo, como cosa rara, me encontré con un escritorio lleno de cosas acumuladas y urgentes que tuvieron el don de estresarme. Además, porque un colega estaba enfermo, tuve que hacer parte de su carga laboral y, sin darme cuenta, me tomé muchos cafés, cada uno acompañado por un cigarrillo que había decidido nunca más fumar…
Esa noche llegué a casa cansado, y comí sin pensar en mi propósito de hacer unos ejercicios de yoga y meditar. Mejor dicho, casi sin darme cuenta —y sin pasar ni siquiera 10 días— ya mi viejos hábitos –y mi mente— habían retomado el control de mi vida.
Después de cenar, y aunque había decidido que iba a estudiar Inglés, como siempre, me tiré en el sofá a mirar televisión y me fui a la cama cabeceando.
Esa noche tuve un sueño.
Estaba en la habitación de un hospital y, aunque no me pareció ser muy viejo, pude escuchar a un médico que decía a la enfermera que esa noche tal vez iba a ser mi última… que ya mi cuerpo no aguantaba más. Cuando médico y enfermera me dejaron solo, como por arte de magia, alrededor de mi cama aparecieron unos seres de un color indefinible… ¡y bravos conmigo! Me dijeron que ellos eran mis sueños y propósitos, y me gritaron que yo era un irresponsable porque les había dado vida y que ahora, por mi estupidez, se debían morir conmigo.
Desperté en un baño de sudor y con miedo. Miré mi reloj y eran las 3.10 AM del 10 de enero.
Con esta sola frase en la mente: “Idiota, estúpido, ¿Qué DIABLOS estás haciendo con tu vida?” me levanté, retomé mi cuaderno con los propósitos, me fui a la sala y lloré amargamente. Mi perro me miró, miró a la ventana, y esta vez se me acercó y probó a confortarme. Lo abracé fuerte fuerte como si pudiera ayudarme a entenderme mejor.
Sí, porque yo no me entiendo.
Sé que soy un buen hombre, una buena pareja y un buen papá y velo porque a mi familia no le falte nada. Soy una persona honesta y decente, bastante listo y capaz, la gente me respeta, e incluso mis colegas y amigos vienen a pedirme consejos. Tengo una buena mujer, buenos hijos, un trabajo estable, una casa… mejor dicho, he sido capaz de resolver muchos problemas que otros todavía tienen.
Y no solamente eso. Hace un tiempo conocí a un hermano vestido de naranjado quien me compartió una enseñanza milenaria para tener una vida muy especial y feliz.
¿Si realmente soy quien digo ser, si realmente quiero lo mejor para mí, por qué estoy desperdiciando mi tiempo en cosas inútiles, y además no estoy cuidado mi cuerpo, mente y Ser?
¿Si estoy apegado a la vida, si realmente quiero vivir hasta los 100 años siendo una persona sana, servicial y productiva, por qué demonios continúo comiendo lo que me hace daño, tomando alcohol y fumando?
¿Si amo a mis hijos y quiero lo mejor para ellos, por qué diablos les estoy dando tan mal ejemplo?
Y lo peor es que sé que ahora tengo todas las claves para lograr el éxito —sea interno o externo— y sé cómo mejorar mi cuerpo, y cómo llegar a la Felicidad Suprema… y no lo hago.
Y entonces, me pregunto:
¿Qué pasó con mis sueños y propósitos que debían alegrarme y transformar mi vida?
¿Qué pasó con mi proceso de ‘despertar’?
¿Qué pasó con mi Camino hacia la Felicidad?
¿Por qué DIABLOS soy tan idiota?
Hablé con mi hermano naranjado y le conté lo que me había pasado y de lo idiota que había sido y él –con la franqueza que lo caracteriza— me contó que no soy idiota… soy sólo un… estúpido. Y me contó que una vez su Maestro había hablado sobre alguien como yo.
“¿Quién es un estúpido? Al contrario de un idiota —que simplemente no entiende— o de un ignorante —que es quien no sabe algo— un estúpido es una persona que generalmente es inteligente pero, en algunas oportunidades específicas, no usa su inteligencia como debería”.
Le pregunté si hay esperanza para mí.
“¡CLARO QUE SÍ!” –me dijo— “Simplemente debes decidir cambiar, y HACERLO DE VERDAD”.
Hoy es 10 de enero. Pregunté a mi hermano naranjado si mañana era un buen día para empezar bien, y él me respondió: “Sí, según la numerología, mañana es un día 11, es un buen día para eso. El número 11 es un número maestro, un número muy poderoso, y un número espiritual”. Al mismo tiempo, con una sonrisa pícara, como para tomarme el pelo, con un aire de misterio continuó: “Seguir la numerología te puede ayudar, pero no te compliques demasiado la vida con ella. Simplemente vive correctamente y moralmente y, con plena sinceridad, entrégate a tu Padre Supremo. Eso es más que suficiente.
Si todavía quieres saber cuál es el verdadero secreto para conocer cuándo empezar algo nuevo, te lo voy a compartir…”
Y, acercándose a mi oreja y, casi con un susurro, dijo:
“¡Ese momento es ¡AHORA!”
“¿AHORA?” respondí sorprendido.
“Sí, ahora, ya, en este instante!” dijo él.
“¿Cuántos propósitos tomaste?”
“Pues, muchos. Quiero transformar mi vida completamente”
Me miró con mucho cariño y me dijo: “Vamos por sentido común. Si has sido un hombre imperfecto por tantos años y no has podido cambiar ni una pequeña parte de ti, ¿quién te puso en la cabeza que lo vas a lograr en un día, sólo porque antes era 31 de diciembre y ahora es primero de enero?
Aunque en rarísimos casos es posible, para cambios como los que te esperabas se necesita una enorme determinación, perseverancia y fuerza de voluntad. Si tu mente no quiere cambiar es casi imposible ganarle luchando en contra de ella. Debes convencerla, conquistarla, encantarla… y la manera más poderosa es enfocándote en el Ser y meditar.
Una manera más común y corriente es hacer pequeños pasos hacia tu meta. Los sabios dicen que ‘un viaje de mil millas empieza con un primer paso’. Lo que tú quisiste hacer fue dar un paso de mil millas, en un día y con un sólo salto, y eso no es humanamente posible. Pero es posible y fácil, hacer unos pasos hacia donde quieres ir, cada día, todos los días.
Empieza con pequeñas acciones. Si quieres saber más, lee este artículo de mi Blog donde te doy algunos tips sobre cómo lograrlo”.
Y, continuó: “Ya sabes que no hay fracasos y que hay sólo retos. Ya sabes que todos nos equivocamos pero los vencedores nos ponemos de pié y continuamos a luchar. Tú fracasaste porque no sabías como crear un cambio en ti, pero cada fracaso es un aprendizaje valioso que te hace crecer y evolucionar.
¿Qué aprendiste de este fracaso?”
Ya más tranquilo, le dije:
“Aprendí que debo valorar mi palabra. Así como la mantengo con los demás, la debo mantener conmigo mismo y debo hacer lo que me prometí hacer.
Que aunque sean bien intencionados y lo hagan porque me aman, no puedo dejarme condicionar ni manejar por los demás, sean ellos pareja, familia o amigos.
Que no puedo dejarme arrastrar por mis sentidos, porque yo NO soy mis sentidos, ni soy la mente que los maneja, yo soy un Ser Infinito…
Que mi meditación está primero, porque es la herramienta ideal y más veloz para llegar al Ser, y al Ser Supremo.
Que esa carne de res y peces que comí de gula viene de seres vivos que sufrieron y murieron para darme pocos minutos de ‘placer’. Mi ‘placer’ fue su muerte. Como el ser justo y espiritual que quiero ser, no puedo ser parte de ese sufrimiento y matanza.
Que por cada golpe que doy a mi cuerpo –sea con cigarrillo, alcohol, muchos cafés, carne y trasnochadas— creo micro-daños que un día pagaré con creces y sin perdón.
Que mi cuerpo es uno solo y que yo soy el único que lo puede y debe cuidar.
Que, aunque siendo finito y mortal, mi cuerpo es valioso porque es la plataforma para purificar mi mente, y llegar al Ser.
Que, ahora que he resuelto muchas cosas en mi vida, no me debo dejar hundir por una vida estática y de confort, sino que cada vez más me debo concentrar en mi crecimiento espiritual.
Que como espiritualista no me puedo sólo concentrar en mí, sino que debo también utilizar parte de mi tiempo para DAR a los demás que me puedan necesitar”.
Y entonces, sin decir nada, mi hermano naranjado se me acercó y me abrazó.
Hoy, otra vez lleno de esperanza y energía determinada, valorando mi palabra y convirtiéndola en acción, tengo toda la potencialidad para volverme un ser humano ideal. El día ya empezó y yo, ya empecé con él para fortalecer mi determinación siempre más.
Y así hermano, y así hermana, si tu historia es similar a la mía, te pido no preocuparte mucho. Como humanos es normal fracasar, hacer errores, hacer ‘burradas’, pero sacúdete y EMPIEZA DE NUEVO… AHORA…
Si estás conmigo, con mi hermano y hermana naranjados, y con otros compañeros en el Camino, estés donde estés, mañana en la mañana, a las 5 AM, desde tu casa, te invito a meditar con nosotros.
¡Empecemos juntos con la primera meditación de nuestra nueva vida hacia la Felicidad Suprema!
PS – Aunque no creo en ningún diablo, he usado el término porque es muy común entre todos los pueblos de habla hispana.
Acerca del autor: Dada Japamantra
Motivador, profesor de meditación, líder humanitario, mentor y consejero espiritual. Centro mis actividades y existencia en el lema “Auto-realización y Servicio a la Humanidad.” Como monje y misionero, me dedico solamente a la misión de ayudar a las personas a desarrollar su Infinito potencial interior y a contribuir al bienestar universal.
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